Se conoce en general como antioxidante a cualquier molécula capaz de prevenir o retrasar la oxidación, (pérdida de uno o más electrones), de otras moléculas. Estas últimas suelen ser siempre biológicas como lípidos, ácidos nucleicos o proteínas, y la oxidación pude resultar de la reacción entre estos sustratos biológicos con alguna entidad reactiva: ion, átomo o molécula, con al menos un electrón desapareado disponible, conocida como radical libre, u otra especie reactiva capaz de producir la oxidación.
Se pueden clasificar los antioxidantes en dos grandes grupos teniendo en cuenta su procedencia y existencia en el organismo.
Por un lado los antioxidantes sintetizados naturalmente por el cuerpo. Aquí se encuentran enzimas y otros compuestos biológicos de estructuras químicas complejas que no vamos a detallar. Lo importante es entender que protegen y ayudan ante la oxidación a las células atacadas por los radicales libres. Como por ejemplo previniendo el envejecimiento prematuro de las células de la piel o la proliferación de células anómalas que pueden terminar en un carcinoma. Por otra parte los antioxidantes incorporados con la dieta. Entre los que se encuentran vitaminas, carotenoides, flavonoides y algunos compuestos azufrados. Son los que ayudan no solo a prevenir, sino también hasta revertir los daños en las células oxidadas.
La incorporación de ciertos alimentos que aportan al metabolismo microminerales como Cu, Mn, Zn, Se o Fe, colaboran con la producción de enzimas antioxidantes y el normal funcionamiento del mismo. Así como la ingesta de flavonoides, pigmentos vegetales, pueden ser incorporados tomando jugos naturales o consumiendo vegetales frescos con cáscara. Ya que son poderosos combatientes contra los procesos degenerativos. También los carotenos, licopenos y vitaminas se encuentran en vegetales y frutas de consumo tradicional. Tales como la zanahoria, los tomates y los cítricos.
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